¿Por qué no vemos siempre la luna llena?

La Luna va cambiando su aspecto a lo largo del ciclo lunar, pero el origen de este cambio es a la vez más sencillo y más complejo de lo que imaginas. Está relacionado también con el falso mito de que la Luna solo se puede ver en el cielo nocturno.

La Luna nos acompaña continuamente, iluminando nuestras noches y dándonos postales nocturnas de lo más bellas. Parte de su encanto está en su aspecto cambiante, que a lo largo de un ciclo lunar nos ofrece sus diferentes fases en momentos y en lugares del cielo diferentes. Pero, ¿por qué funciona así la Luna? ¿Por qué a veces la vemos durante el día y otras veces durante la noche? Y ¿por qué a veces aparece completamente iluminada y otras apenas es visible? La respuesta corta a todas estas preguntas es simplemente que la rotación de la Tierra sobre sí misma y la traslación de la Luna alrededor de la Tierra no están sincronizadas y por eso su aspecto y posición va cambiando. Pero veamos qué implican estos cambios.

La Tierra necesita casi 24 horas para completar una vuelta sobre sí misma (23 horas, 56 minutos y 4 segundos concretamente) mientras que la Luna necesita de 27 días, 7 horas y unos 44 minutos en completar su órbita alrededor del planeta. Es evidente por tanto que sincronizar estos movimientos será imposible. Estos dos movimientos tienen como consecuencia que observemos la Luna iluminada por el Sol desde diferentes ángulos y que además lo hagamos a diferentes horas del día. Con un sencillo experimento imaginado podremos ver cómo exactamente.

Supongamos primero que la Tierra deja de rotar sobre sí misma, pero que la Luna sigue dando vueltas a su alrededor. En este caso, desde una posición determinada de la Tierra veríamos solo la mitad del ciclo lunar. Veríamos como la Luna tarda casi 14 días en atravesar el cielo, cambiando de fase en el proceso. Si la viéramos desde el punto central de la cara siempre iluminada por el Sol (pues eso ocurriría en este caso imaginario), veríamos como aparece sobre el horizonte en cuarto menguante, cómo se va sombreando a medida que se aproxima a la posición del sol en el cielo y cómo vuelve a iluminarse hasta llegar al cuarto creciente en el momento de ocultarse tras el horizonte. Si estuviéramos en una de las zonas donde el Sol estuviera siempre próximo al horizonte veríamos cómo la Luna sale tras el horizonte en fase de luna nueva y va creciendo hasta la luna llena al otro lado del cielo.

La luna en sus diferentes fases. Foto: Gregory H. Revera & Jessie Eastland

Si por el contrario tuviéramos la situación opuesta, en la que la Luna permanece quieta en el espacio pero la Tierra sigue girando, entonces veríamos siempre la misma fase desde que sale hasta que se pone. Según el punto donde detengamos a la Luna en este experimento imaginado veríamos una fase u otra. Si la posicionamos en dirección al sol, aparecerá en fase de luna nueva y apenas será visible, si la ponemos en el punto más alejado al Sol, aparecerá siempre en fase de luna llena. Y en los puntos intermedios aparecerá con aspecto menguante o creciente.

Con todo esto vemos que el movimiento de la Luna alrededor de la Tierra nos da el cambio en las fases lunares, mientras que la rotación de la propia Tierra hace que veamos a la Luna en diferentes momentos del día. El decalaje entre ambos movimientos hace que la Luna salga entre 30 y 60 minutos más tarde cada día. Este rango surge de hecho de que la órbita de nuestro satélite es bastante elíptica, por lo que habrá momentos del ciclo lunar en que se adelante con respecto al movimiento medio y momentos en que se retrase ligeramente.

Existe el mito de que la Luna solo puede verse de noche, como bien se muestra en cualquier representación que muestre a la Luna como algo opuesto o complementario al Sol. El sol, por definición, solo lo vemos de día, porque es su luz la que crea el propio día, pero la Luna aparece tanto de noche como de día. De hecho este reparto es completamente equitativo y la Luna pasa tanto tiempo en el cielo diurno como en el nocturno. El mito y la confusión surgen de que cuando la Luna aparece de noche, destaca sobre el resto de astros y resulta muy difícil no verla. Por el contrario, cuando aparece de día, su brillo se ve abrumado por el del Sol. En la mitad del mes en la que tenemos a la Luna en el cielo diurno, necesitaremos buscar su posición en algún catálogo para averiguar dónde estará o dependeremos de la suerte para poder verla.

Aunque no tenga estricta relación con lo mencionado, el periodo de rotación de la Luna sobre sí misma coincide exactamente con su periodo de traslación alrededor de nuestro planeta. Esto no es por casualidad. Debido al gran tamaño del satélite y a su relativa cercanía con la Tierra, se encuentra acoplado por fuerzas de marea. Es decir, incluso aunque la Luna consiguiera acelerar su rotación, la gravedad de la Tierra actúa para frenar esta aceleración y regula el tiempo de rotación. La Luna se aleja lentamente de la Tierra. Este alejamiento aumenta su periodo de traslación, porque tendrá que recorrer una órbita más grande, pero en principio no debería afectar a su periodo de rotación. La Tierra se encarga sin embargo de ir sincronizando estos dos movimientos, ralentizando la rotación de la Luna conforme se aleja del planeta.