¿Percibimos todos la realidad que nos rodea de la misma forma?

Nuestra percepción de la realidad puede diferir de la realidad misma, pero ¿compartimos la misma percepción errónea? Probablemente, dado que nuestros cerebros y sistemas sensoriales son similares. Sin embargo, no podemos estar seguros.

Nuestra experiencia consciente de la realidad puede no tener nada que ver con la realidad auténtica, pero ¿compartimos, al menos, la misma falsa representación? Es bastante razonable pensar que sí. A grandes rasgos, todos los seres humanos tenemos, desde el punto de vista anatómico y funcional, el mismo cerebro e idéntico sistema sensorial, y cuando hablamos de nuestras experiencias conscientes parece que todos estamos de acuerdo. Pero no podemos estar seguros. 

La única forma que tenemos de saber que existimos como seres conscientes es la experiencia de nuestra propia consciencia. iStock

La única forma que tenemos de saber que existimos como seres conscientes es la experiencia de nuestra propia consciencia.

La naturaleza —e incluso la existencia— de la de las demás personas es un enigma. Es más, si nos guiásemos por lo que sabemos, todos los demás serían algo así como zombis. Pero dejemos el solipsismo filosófico a un lado y asumamos que otros individuos tienen experiencias conscientes. ¿Perciben todos los mismos hechos de la misma forma? Las pruebas sugieren que no.

Si alguna vez has asistido a un partido de fútbol y reaccionado con incredulidad ante las decisiones del árbitro, consuélate pensando que a los hinchas del equipo contrario les ocurre lo mismo, solo que por las razones opuestas. Ambos grupos acabarán sintiendo que todas las decisiones injustas se tomaron en su contra. Está claro que esto no es objetivamente posible, pero ¿desde cuándo la objetividad tiene algo que ver con la realidad? “Percibimos el mundo según las creencias que ya tenemos”, dice Tali Sharot, del University College de Londres. Esto tiene sentido desde el punto de vista evolutivo porque nos permite crear atajos mentales. “Evaluar cada información empezando de cero consumiría nuestros escasos recursos”, indica Sharot. Eso sí, tales atajos abren la puerta a muchos de los vicios del mundo moderno, desde las fake news hasta las teorías conspirativas.

Esto no es nuevo, pero la proliferación de medios digitales ha pulverizado cualquier noción de una realidad básica compartida con la que todos pudiéramos estar de acuerdo. En su lugar, la gente puede aislarse en el sectarismo de sus propias burbujas o en cámaras donde solo resuene su eco y únicamente encuentre la información que se ajuste a su visión del mundo. 

Hoy las fake news se propagan más fácilmente y es mucho más difícil llegar a acuerdos sobre nociones básicas. SHUTTERSTOCK

¿Cómo es posible que vivamos en la misma realidad y la experimentemos de formas tan distintas?

Una respuesta obvia es que nos mienten. Otra, que buscamos hechos o interpretaciones de los mismos que se adecúen a nuestras creencias preexistentes debido a fenómenos tales como el denominado sesgo de confirmación. Sin duda, este tipo de cosas entran en juego, pero las investigaciones sobre el modo en que nuestro cerebro maneja la información han revelado la existencia de algo aún más extraño. No es solo una cuestión de interpretación, sino un problema que afecta a la percepción sensorial en sí misma. Vemos el mundo, literalmente, tal como queremos que sea. 

Si alguien no se lo cree, que se pare a pensar en este experimento realizado por Yan Chang Leong, que trabaja en la Universidad de California, en Berkeley (EE. UU.). Leong escaneó el cerebro de un grupo de personas mientras observaban una serie de imágenes de caras que se fundían con distintas escenas. La tarea consistía en decidir si las imágenes contenían una mayor proporción de cara o de la susodicha escena, y los participantes recibían un pago por las respuestas correctas. 

De vez en cuando, Leong introducía un cambio por sorpresa y ofrecía un bonus si la imagen tenía más parte de cara, mientras imponía a la vez una penalización si contenía una proporción mayor de escena, o viceversa. Los participantes acabaron declarando haber visto lo que les habían comunicado que les sería más provechoso, y el resultado fue que no mentían de forma consciente en busca de un beneficio: el estudio de la actividad de su corteza visual indicaba que estaban viendo lo que afirmaban estar viendo.

La “percepción motivada” no es exclusiva de la vista.

Otros ensayos sugieren que la misma influencia se da en el olfato, el gusto, el razonamiento y la memoria. Tal cosa parece extraña, pero, una vez más, tiene sentido desde el punto de vista de la evolución.

Creemos que todos compartimos una misma experiencia de lo que nos rodea, pero nuestra perspectiva puede variar notablemente. SHUTTERSTOCK

“El principal objetivo de nuestros sistemas de percepción es mantener vivo el cerebro, de modo que uno pueda transmitir sus genes”, indica Jay van Bavel, de la Universidad de Nueva York (EE. UU.). Podríamos asumir que esto favorece la que podríamos llamar auténtica percepción, y así ocurre a veces, pero no siempre. Somos, ante todo, una especie marcadamente social, y, en no pocas ocasiones la identidad de grupo, la cohesión tribal y las creencias compartidas son mucho más importantes que la verdad. Y si no, que pregunten a un hincha de fútbol.