La empatía explicada por la ciencia: cómo entendemos y conectamos con las emociones ajenas

La empatía es inherente a todos los seres humanos. Es una herramienta que nos permite comprender y actuar de una forma adecuada frente a los estados emocionales de otras personas.

El vocablo empatía procede etimológicamente del griego empátheia, dolor intenso, que a su vez deriva de epathón, que significa sentir. Sabemos que ya fue utilizado en el siglo II de nuestra Era por el médico romano Claudio Galeno.

En el siglo XIX el filósofo Rudolf Hermann Lotza acuñó el término alemán Eihfühlungsvermögen que se podría traducir como la capacidad de empatizar, puesto que Einfühlung es la adaptación germánica de empatizar.

En la segunda mitad de ese mismo siglo la palabra “empatía” irrumpió con fuerza en tratados médicos y científicos, en donde se empleaban para referirse a la cualidad para identificarse con sentimientos ajenos. Si bien es cierto que no fue hasta 1909 cuando el psicólogo británico Edward B Tichener universalizó tanto su uso como su significado.

La empatía es inherente a todos los seres humanos. Foto: istock

En el año 1984 la palabra empatía fue incorporada al Diccionario de la Real Academia con la siguiente acepción: participación afectiva y, por lo común, emotiva de un sujeto en una realidad ajena.

Empatía no es lo mismo que simpatía

Aunque la empatía y la simpatía son respuestas emocionales positivas, no son sinónimas; es más, a pesar de su proximidad lingüística están separadas por un “océano conceptual”. Y es que mientras que la simpatía es espontánea y subjetiva, la empatía es racional, crítica y reflexiva.

Podríamos decir que la simpatía está más relacionada con la expresión subjetiva de los sentimientos y los pensamientos, mientras que la empatía busca la compresión objetiva del mundo interno de la otra persona. La empatía se da en todas las personas, en mayor o menor grado y es una cualidad que se puede desarrollar y potenciar.

Una persona puede ser antipática y tremendamente empática y, al contrario, se puede ser muy simpático y nada empático.

El sustrato anatómico: las neuronas espejo

En 1996 un grupo de científicos de la Universidad de Parma, liderados por el neurocientífico Giacomo Rizzolatti, descubrieron, por casualidad, las neuronas espejo –también llamadas Cubelli- en el cerebro de un grupo de macacos. Un grupo neuronal que respondía a los llamados “gestos dirigidos”, actividades en las cuales existe un objeto de por medio.

Observaron que si una persona bebe un refresco la probabilidad de que otra persona del entorno tome un refresco aumenta considerablemente o que si sacamos la lengua a un bebé es muy posible que una persona que observe la escena repita, también, la acción.

Además de participar en la imitación, las neuronas espejo intervienen en la compresión del comportamiento del resto de los individuos. De esta forma, si vemos que una persona está saltando, por ejemplo, no solo simulamos mentalmente su acción, sino que, además, nos imaginamos el motivo que la ha impulsado a hacerlo (deporte, coger un objeto que está en una estantería, estirar sus músculos…).

Pero la trascendencia de estas neuronas no termina ahí, si una persona está sufriendo nos contagiamos, literalmente, de su tragedia y de su dolor, se podría decir que “nos ponemos en sus zapatos”. Esto permite explicar por qué cuando vemos en el cine un drama podemos llegar a llorar, ya que nuestras neuronas espejo nos colocan en la piel de los protagonistas.

Lo verdaderamente asombroso de todo esto es que las neuronas espejo, de alguna forma, nos permiten disfrutar de una experiencia parecida a la simulación en la realidad virtual de la acción de otra persona, ya que nuestro cerebro necesita adoptar la perspectiva de la otra persona.

Ahora bien, no todas las personas responden de igual forma. Seguro que conocemos a personas “hiperempáticas” que tienen neuronas espejos hiperrespondedoras, mientras que en el extremo opuesto hay personas que tienen deficiencia empática, en este rincón se encuentran los psicópatas, los sociópatas y los narcisistas.

Con la ayuda de resonancia magnética funcional se ha podido cartografiar las zonas cerebrales relacionadas con la empatía. Así, se ha podido saber que la corteza prefrontal y temporal, junto con la amígdala cerebral, la ínsula y la corteza cingulada desempeñan un papel fundamental.

Uno de los pilares de la civilización

Hace más de un siglo que Ramón y Cajal abrió la puerta para poder entender cómo es nuestro cerebro, lo que somos realmente y porqué somos diferentes a otras personas. En estos momentos sabemos que nuestro cerebro tiene unos 100.000 millones de neuronas, las cuales forman una red de conexiones que diseñan nuestros pensamientos, emociones y sensaciones.

En todo este tejido cerebral hay unas 1.000 neuronas espejo por cada milímetro cúbico, que dialogan a través de neurotransmisores, entre los cuales juega un papel destacado la oxitocina, una neurohormona involucrada en prácticamente todas las relaciones humanas (confianza, generosidad, compasión…).

En este momento son cada vez más los científicos que defienden que las neuronas espejo podrían haber jugado un papel fundamental en la evolución de nuestra especie, pudo haber sido una de las llaves que permitieron la adaptación para comprender las acciones de los demás. Es más, las neuronas espejo pudieron verse favorecidas por la selección natural, ya que ayudaron a los humanos a comprender lo que otros estaban haciendo y, de esta forma, les permitieron sobrevivir.