Llegada de «Tláloc» a CDMX estuvo marcada por un diluvio y gran malestar social, ¿por qué?
La llegada de «Tláloc» a CDMX fue un día memorable para los capitalinos porque vino acompañada de un diluvio, no obstante, detrás hay una historia de despojo
Uno de los vestigios históricos más emblemáticos que hay en la Ciudad de México es el monolito de Tláloc, el cual se encuentra enfrente del Museo Nacional de Antropología. Lo llamativo de este monumento no sólo es su majestuosidad, pues detrás de éste hay una gran historia, una en la que hubo mucha lluvia y descontento social.
El monolito se encontraba en San Miguel Coatlinchán, en el Estado de México. Dicho vestigio cuenta con una gran polémica sobre su identidad, pues no hay certezas si se trata del dios de la lluvia, Tláloc o de su esposa, Chalchiuhtlicue. Como antecedente hay que remontarse a 1889, cuando el icónico pintor mexicano José María Velasco realizó un cuadro del monolito, identificándolo como Chalchiuhtlicue.
No obstante, en 1903, Leopoldo Batres, arqueólogo, identificó al monolito como una representación de Tláloc. Por otro lado, los habitantes de San Miguel Coatlinchán, se referían al monumento como la Piedra de los Tecomates.
¿Patrimonio Cultural de la Nación o deidad vigente?
El 16 de abril de 1964, el monolito de Coatlinchán fue trasladado al Museo Nacional de Antropología, impulsado por el gobierno del entonces presidente de la República, Adolfo López Mateos. La finalidad de llevar a la capital dicho monumento, obedecía a la misión del Gobierno de México por enaltecer a la cultura prehispánica con la intención de conformar y consolidar una historia oficial de la nación, una con un origen de grandeza.
Simultáneamente estaba en construcción el Museo Nacional de Antropología, por lo que el monolito se trasladó para «magnificar la espectacularidad del nuevo museo».
El gobierno federal, desde una visión patrimonial, otorgaba al monolito un valor estético e histórico—cultural: una pieza prehispánica que representa a la deidad masculina de la lluvia, Tláloc y, mediante ella, la grandeza de un pasado extinto y en cierto modo idealizado, que sustentaba el proyecto político de un Estado nacionalista, explica David Lorante y Fernández en la revista Ciencia UNAM
De acuerdo con David Lorante y Fernández, el profesor-investigador titular C de la Dirección de Etnología y Antropología Social del INAH, señala que en San Miguel Coatlinchán se trataba de la «encarnación física e inmediata de una divinidad, inscrita en el sistema cosmológico vigente».
Más que un tesoro de la historia digno de ser preservado, era una entidad “viva”, activa, dotada de subjetividad, conciencia, emociones, dadora de vida y necesitada de ser nutrida con ofrendas o con la “fuerza” transmitida en las fiestas; algo muy lejano, pues, a la noción museística de la estatua como -obra de arte o representación-, explica David Lorante y Fernández en la revista Ciencia UNAM
El investigador del INAH argumenta que en este choque de interpretaciones, había una visión que contemplaba a Tláloc como un patrimonio nacional, «el dios de la arqueología y los códices», y otra donde los habitantes de San Miguel Coatlinchán la percibían como la diosa de las aguas.
Al final se interpuso el poder del Estado y el monolito fue trasladado a la Ciudad de México en una plataforma descomunal que contaba hasta con 200 llantas. Al momento de sacarlo de San Miguel Coatlinchán, los habitantes de la región exclamaban “no es Tláloc, no es Tláloc. ¡Es mujer!”.
El valor que el Estado le otorgaba pareció confirmar o intensificar el que le asignaban los propios habitantes. Como contraprestación por el “traslado”, el gobierno federal ofreció a la población obras públicas y de beneficio social —escuela, centro de salud, carretera y una réplica del monolito, que no llegaría sino hasta 2007, explica David Lorante y Fernández en la revista Ciencia UNAM
Finalmente, algunos vecinos de dicho poblado se organizaron para evitar la salida del monolito, donde incluso hubo un enfrentamiento con el ejército, luego de que éstos dañaran la plataforma en la que se trasladaba el monumento.
El documental «La Piedra Ausente», de las académicas Jesse Lerner y Sandra Rozental, narra a detalle la historia del traslado del monolito prehispánico del poblado de San Miguel Coatlinchán.
El diluvio que «trajo Tláloc» a CDMX
El 16 de abril de 1964, día memorable para los habitantes de la Ciudad de México, pues presenciaron la llegada del monolito de Tláloc, acompañado de una fuerte lluvia.
Dicho monumento tomó su nuevo lugar sobre Paseo de la Reforma, enfrente del Museo Nacional de Antropología.